Este blog forma parte del proyecto narrativo Cuéntalo Todo, bajo la dirección del maestro Sandro Cohen dentro de la materia Redacción Universitaria del Departamento de Humanidades, División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco.

domingo, 28 de octubre de 2012


Todo se lo debo a ella

Realmente estoy muy arrepentida. Estaba enojada y exploté. Ella no lo merece, no es su culpa, simplemente quería saber que tenía. Instantáneamente sólo  pude ver una cara que jamás había visto, al igual, que unos ojos que se llenaron de lágrimas.

Hoy hice sentir mal a mi mamá. Le grité cosas horribles. Cosas que en realidad no siento. Todo fue culpa de mi maldito carácter, que aunque quiero cambiar simplemente no puedo.

Todo empezó a la hora de la comida. Yo iba llegando de la escuela, realmente enfadada porque mi profesor de Doctrinas nos dejo salir muy tarde, como es su costumbre y para rematar nos dejó sus múltiples tareas. Esto combinado a que tenía hambre y a que había un tráfico terrible, fueron las causas de mi  “estrés”.

Estaba muy molesta. Al ver mi cara, me preguntó: ¿Qué tienes, estas bien? Y al contestarle, me comencé a desquitar, le dije: “eso a ti no te importa, ya estoy cansada de que en todo te quieras meter” “¡ya déjame en paz!”.

Fue en ese momento cuando vi su cara, la cual no puedo describir. Me di la vuelta y me dirigí hacia mi habitación. Al recostarme en mi cama, fue cuando empecé a reflexionar y me di cuenta de mi error. Mis lágrimas comenzaron a salir. Me sentí muy mal, seguramente peor de lo que hice sentir a mi mamá.

A mi mente vinieron tantas cosas, tantos recuerdos. ¿Por qué lo hice? Si ella nunca me ha dejado sola. Siempre me da consejos. Deja todo por dármelo a mí. Hace que me dé cuenta de lo valioso y bonito de la vida. Cumple todos mis caprichos. Me dio la vida.

Es la persona más valiosa, es a quien le debo todo lo que soy y todo lo que tengo. Sólo quería saber que tenia, para ayudarme en lo que pudiera. No supe en qué momento me quede dormida. Desperté al escuchar una voz que decía: “hija, vas a cenar, no has comido nada”.
Me abalance a sus brazos. Y solo pude pronunciar: “mamá, perdóname, no fui mi intención”. Después de unos segundos, me dijo: “no te preocupes, todo está bien” “¡te amo!”. Mantuvimos ese abrazo durante unos segundos, y nos retiramos a
cenar.
Al anochecer, se acerco a mí y me dijo: “debes controlar tu carácter, y así te ahorraras muchos problemas” “hasta mañana, que descanses”. Me dio un beso en la mejilla y se fue. Ahí estaba de nuevo, dándome consejos. No cabe duda ¡mi mamá es la mejor del mundo!.

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